Espacio para pensar(nos) gremial y pedagogicamente desde Seguí y en nuestro quehacer cotidiano como Docentes y Estudiantes.

sábado, 22 de septiembre de 2012

La bicicleta roja - Gustavo Roldán

Todo el mundo sabe que hay caminos verdes, caminos grises, caminos marrones, caminos rojos. Todo el mundo sabe que hay caminos derechos y caminos torcidos, que suben, que bajan, o suben y bajan.
Todo el mundo conoce esos caminos, pero muy pocos saben de los caminos olvidados.
Y es lógico que sea así. Si no, no serían caminos olvidados. ¿Qué cómo son esos caminos?
¿Qué dónde están?
Si fuera tan fácil responder, tampoco estaríamos hablando de caminos olvidados. Apenas están en la memoria de los que sueñan con una bicicleta roja y pelean y pelean hasta conseguirla.
Esos son los caminos ideales para una bicicleta roja. Y el Negro tenía una bicicleta nueva que podía correr más ligero que el viento.
¡Cómo brillaba la bicicleta nueva!
Bueno, eso de nueva era hasta por ahí nomás, porque le habían regalado una bicicleta herrumbrada que vaya a saber desde cuándo estaba en un galpón.
Pero su papá le había comprado las cubiertas, las cámaras, y un asiento.
Las llantas, el cuadro, el manubrio, el piñón, los pedales, eran una sola capa de herrumbre pero el negro drotó y frotó, gastó y gastó trapos con agua, con kerosén, con aceite.
Despacito, los pedales comenzaron a girar después de limpiarlos y aceitarlos una y otra vez.
Y ahí estaban Atilio y Miguel y Silvio y el Flaco. Ese era un trabajo para un montón de chicos Y ahí estaba el montón de chicos. Y entonces vino el tarro de pintura.
Alguien dijo que lo mejor era colgar el cuadro de una rama para pintarlo sin que se ensucie.
Alguien dijo que había que desarmar los pedales y sacar el manubrio.
Alguien dijo que en su casa tenía más llaves y herramientas.
Alguien dijo que su hermano mayor podía darles una mano, que el asunto de los pedales y el piñón y las palancas y las bolitas de acero eran cosa seria.
Los rayos que faltaban y esa rueda descentrada tuvieron que resolverse en la bicicletería.
Mientras tanto la primera mano de pintura estaba cambiando las cosas.
Cuando dieron la segunda mano fue como ver una salida de sol con los pastos mojados por el rocío, como un arco iris cuando todavía caen las últimas gotas de lluvia.

Las horas de trabajo eran a la siesta, a la salida de la escuela. Eso sí, en el fondo del patio, para no hacer mucho ruido.
Al final la bicicleta estuvo lista.
Primero la fueron probando con pequeñas vueltas en el patio.
Pero un patio es poco para una bicicleta roja.
Y entonces salieron a la calle, y uno por uno, por riguroso turno, dieron una vuelta la manzana.
Pero una manzana es poco para una bicicleta roja.
Entonces aparecieron las otras bicicletas. Atilio y Silvio y el Flaco tenían bicicletas.
El Negro subió a la suya y comenzaron a recorrer el pueblo.
Esa tarde fueron para el centro, y dieron vueltas y vueltas, en un tiempo que era como el tiempo infinito de los sueños.
El Flaco dijo, cuando iban por la vuelta número un millón, alrededor de la plaza:
-¡Mi vieja me mata! ¡Rajemos, que se nos hizo tarde!
Volvieron. Cada cual a su casa. Todos contentos, pero el Negro no, eso era más que volver contento. Y volvía cansado, pero seguía pedaleando entre las nubes.
El Negro le pasó un plumero a la bicicleta. Le pasó un trapo húmedo y después un trapo seco. La apoyó bien, mientras repetía "ya va, ya va", a los llamados de su madre.
-Mucha bicicleta brillante, pero miráte las manos. Y los pantalones. Y los codos -decía la mamá del Negro.
-Mamá -dijo el Negro- ¿dónde va a dormir mi bicicleta?

Fueron tardes y tardes para recorrer el pueblo de ida y de vuelta, para todos lados.
Pero un pueblo es poco para una bicicleta roja.
Y entonces fue la laguna, el camino del cementerio, la salida para la ruta, el Prado Español.

Esa siesta el Negro salió solo.
Atilio con paperas, el Flaco de penitencia, Miguel haciendo deberes y mandados, Silvio vaya a saber donde.
Pero también el camino de la laguna es poco para una bicicleta roja. Porque el Negro había pasado por la casa de la Cecilia, justo justo cuando la Cecilia estaba en la puerta de su casa y lo vio y le dijo "Chau Negro, chau", con una sonrisa.
Y el Negro, que iba casualmente pedaleando bien erguido y con los brazos cruzados cuando pasó frente a la casa de la Cecilia le saludó levantando los dos brazos.
"Chau Negro, chau", había dicho la Cecilia con una sonrisa.
Dobló en la esquina sin animarse a mirar para atrás. Después se miró los dedos. Al levantar los dos brazos para saludar a la Cecilia se había sentido como que tocaba el cielo con las manos.
Entonces se agachó y pedaleó fuerte, cada vez más fuerte. Cuando pasó frente a la laguna sintió que lo llamaban. Había chicos con barriletes, chicos con cañas de pescar, chicos con una honda en la mano, preparados para tirarle a cualquier cosa.
El Negro los saludó con un gesto, y siguió pedaleando. Ahí se terminaban las calles, que se convertían en caminos cada vez más angostos y torcidos, que se abrían a los costados en pequeños senderos apenas marcados en el pasto. Por los más angostos pasaban algunas vacas. Por los más anchos pasaban las hormigas.
Ahí había sombra para elegir porque comenzaba el monte, y para todos lados se veían angostos caminos marrones y caminos verdes que se perdían bajo los árboles. Por los más anchos -los marrones- pasaban las hormigas.
Ya se sabe, los mejores son los verdes, porque son los que no van a ninguna parte, y por donde se entra a los caminos olvidados.
El Negro eligió uno de esos, el más verde de todos, y cuando empezó a recorrerlo el tiempo comenzó a tener esa incierta medida de los sueños.
"Chau Negro, chau", era lo único que se podía escuchar en el viento entre las copas de los árboles, en las ramas del costado del sendero, en la voz de los pájaros que buscaban semillas en el suelo y se apartaban del paso de la bicicleta.
El Negro los saludaba con la mano y otra vez sentía como una cosquilla en la punta de los dedos.

Cuando volvió, cansado, sintió las calles pesadas por la tierra blanda.
-¿Dónde te habías metido? -preguntó su mamá-. ¡Hace horas que te ando buscando! ¿No ves la hora qué es? ¿Dónde estuviste?
-Pero... -comenzó a contestar el Negro.
Iba a decir "apenas anduve un rato en bicicleta", cuando se dio cuenta de que su mamá estaba prendiendo las luces, y que del sol apenas quedaban algunos reflejos en el patio.
Fue a lavarse sin protestar.
-¿Dónde estuviste? -insistió la mamá-. ¿Te pasa algo?
-No, nada, me duelen las piernas, de pedalear.
-Bueno, vení que te hago fricciones.
Claro que no le dolían las piernas. Pero el Negro sabía que eso podía dejarla tranquila a su mamá.
Nunca iba a entender que él no sabía en qué caminos había estado todo ese tiempo.

Los domicilios de la memoria en la literatura infantil argentina: un aporte a la discusión - Rosanna Nofal



Esta indagación tiene un propósito: formular la pregunta por la ausencia de una literatura de la memoria, pensada especialmente para chicos1, dentro de las fronteras del género de la literatura infantil y capaz de circular en los ámbitos de la educación formal. ¿Qué es lo que se quiere proteger con ese gesto?2 Esconder lo malo, las brujas, los fantasmas, la muerte, son eternas discusiones en los ámbitos de selección del material infantil. Cómo nombrar lo feo, lo terrible, lo siniestro..., buscar un nombre que el sistema hegemónico de producción editorial para chicos se empeña en borrar. Faltan las palabras para expresar lo vivido, faltan las palabras en la ficción para inscribir las huellas dolorosas del pasado.3
Para empezar a discutir esta ausencia, es indispensable ante todo, señalar la presencia del único texto significativo en este sentido: el libro de Graciela Montes, El Golpe publicado por primera vez en 1996 en Página/12; luego formó parte del libro El golpe y los chicos, Buenos Aires, Gramón-Colihue, 1996. El relato apela a un discurso historiográfico para reconstruir la memoria de los hechos traumáticos dejando de lado el juego ficcional propio de la literatura. La identidad es literalmente impensable sin una narrativa; la gente se conoce, conoce quiénes son ellos a través de historias que se cuentan sobre ellos y sobre los otros; sin embargo, la dictadura, está ausente en los relatos infantiles; sólo algunas señales laterales hay en los libros de Elsa Bormeman, posteriores al ’83 o en Caídos del mapa de María Inés Falconi, del 2001.
El ámbito de la literatura infantil argentina sufrió un golpe mortal durante la dictadura y todavía le cuesta reconstruir el espacio perdido. La mirada en perspectiva nos permite afirmar que como con las personas, hubo un plan sistemático de desaparición de bibliografía4. En 1978, un decreto prohibió la circulación de La torre de cubos de Laura Devetach. En sus considerandos, el exceso de imaginación -”ilimitada fantasía” dice- es una de las causas principales pasa desaconsejarlo. Con pretextos similares fueron censurados títulos como Un elefante ocupa mucho espacio de Elsa Bornemann; El pueblo que no quería ser gris y La Ultrabomba del entonces recién estrenado sello Rompan y Cinco dedos de Editorial de La Flor. “Tienen una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria a la tarea de captación ideológica del accionar subversivo” constaba en los decretos5. Entre los considerandos se incluían juicios de valor sobre la escritura:

Que del análisis de la obra “La torre de cubos” se desprenden graves falencias tales como la simbología confusa, cuestionamientos ideológicos-sociales, objetivos no adecuados al hecho estético, ilimitada fantasía, carencia de estímulos espirituales y trascendentales
Que algunos de los cuentos narraciones incluidos en el mencionado libro, atentan directamente al hecho formativo que debe presidir todo intento de comunicación, centrando su temática en los aspectos sociales como crítica a la organización del trabajo, a la propiedad privada y al principio de autoridad enfrentando grupos sociales, raciales o económicos con base completamente materialista, como también cuestionando la vida familiar, distorsas y giros de mal gusto, lo cual en vez de ayudar a construir, lleva a la destrucción de los valores tradicionales de nuestra cultura”

La literatura infantil fue vigilada con firmeza por el ojo censor, que se sentía en la obligación moral de preservar a la niñez, de aquellos libros que -a su entender- ponían en cuestión valores “sagrados como” la familia, la religión o la patria. Gran parte de ese control era ejercido a través de la escuela, tal como demuestran las instrucciones de la “Operación Claridad” (firmadas por el jefe del Estado Mayor del Ejército, Roberto Viola, ideadas para detectar y secuestrar bibliografía marxista e identificar a los docentes que aconsejaban libros subversivos.6
La fantasía estuvo y (lo que es aún peor) está bajo sospecha; es peligrosa porque está fuera de control, nunca se sabe bien a dónde lleva. Esta oposición entre realidad y fantasía esconde los mecanismos ideológicos que les sirven a los adultos para colonizar a los chicos. La literatura infantil, un campo aparentemente inocente y marginal, es uno de los espacios más importante en el que se libra los combates entre memoria y olvido más reveladores de nuestra cultura porque desde el Jardín de Infantes a la Universidad la literatura es el instrumento vital para la inserción de los individuos en las formas perceptivas y simbólicas de la sociedad. El texto literario que circula en las instituciones educativas está generalmente emparentado en una formación ideológica dominante. Es quizás una de las ilusiones de nuestro tiempo, creer que somos libres de leer y escribir cuándo, cómo y dónde queremos; como cualquier otra práctica social, estas actividades están sujetas a diversas formas de control y regulación.
En los Diseños Curriculares Jurisdiccionales - Area lengua - EGB1 y EGB2 de la Provincia de Tucumán, el tema de la memoria está ausente en las propuestas de contenidos; tampoco hay una sugerencia de lecturas para la constitución de un canon literario7. El espacio textual es, en realidad, un terreno fisurado y dividido por los cataclismos de la historia política; es un campo de batalla en donde una cantidad de opciones interpretativas entran en conflicto. Algunos modos de control sobre los textos pueden tomar la forma simple de represión en algunos puntos del circuito de producción, o en la distribución y el consumo de libros; pero la forma más efectiva de la censura es, por supuesto, perpetuar la masa de analfabetos.
Dada la importancia del espacio literario en los procesos de aprendizaje se vuelve imperioso pensar en este contexto los “mecanismos” de transmisión y conformación de la memoria de la dictadura. Se trata de un trabajo arduo para todos, para los chicos, y también para los adultos, entendiendo la memoria como la única que remite a la vivencia auténtica y permite recuperar el pasado sin misticismos. La ausencia de la dictadura en el ámbito de la ficción para chicos es, en realidad, una trampa de la memoria que nos vincula con el acto de olvidar.
Si bien es importante la cantidad de niños que acceden al sistema educativo, no es igualmente proporcional la cantidad de niños que pueden leer y escribir y acceder a la escritura literaria.. Es en este punto donde se ubica nuestra propuesta: generar espacios alternativos, liberados de presiones curriculares y sin posiciones ganadas de antemano, en los que los chicos puedan trabajar en libertad y producir muchos textos como consecuencia de una lectura variada. Consideramos que los talleres literarios8 abiertos son espacios democráticos en tanto trabajan con “lo que hay”, con los que se sabe, sin marcar constantemente la falta y el error. Muchos adolescentes, a pesar de “haber sobrevivido” a gran parte del sistema educativo, no tienen la capacidad o el “poder de leer lo que tienen frente a sus ojos. La distribución ecuánime del capital educacional no es lo más característico de nuestro democratizado sistema educativo. La verdadera democracia está aún bastante lejos de nuestras escuelas. La tensión entre el interior y la capital, el centro y la periferia, lo estatal y lo privado, fracturan aun más el debilitado sistema.
Proponemos implementar nuevas estrategias para superar las fronteras antes explicitadas, la más importante se relaciona con la posibilidad de seleccionar los textos que circulan en las instituciones educativas y en las bibliotecas populares desde otro lugar. Elegir para el trabajo novelas que no pertenezcan necesariamente al género infantil pero que permitan una lectura de los espacios de memoria. Un texto significativo en este sentido es el libro de Antonio Dal Massetto, Hay unos tipos abajo9. La sospecha, la duda, las incertidumbres constantes del personaje permiten reconstruir escenas y climas propios de la dictadura. Se abren muchos juegos de discusión y por otro lado el final no se clausura con la muerte o la desaparición sino con la posibilidad del exilio. La idea es buscar escrituras distintas que generen un cambio en las estructuras del sentir, que provoquen una nueva mirada capaz de introducir en el imaginario infantil un registro histórico, desde la escritura literaria de los hechos de la pasada dictadura.
Toda memoria es una construcción de memoria. Surge entonces la pregunta peligrosa: la literatura infantil de atreve a hablar de la memoria de los hechos traumáticos o este espacio queda reservado sólo para el género testimonio, voluntariamente alejado de la ficción y emparentado con las formas literarias del realismo decimonónico del siglo XIX?. ¿Cómo recuperar el espacio perdido de la fantasía en la literatura infantil y hablar desde allí de las memorias en conflicto (Jelin:2000)? ¿Cómo pensar un Nunca más significativo que transgreda el nunca más se hable. Si no se opera un cambio en los modos de producción de esta escritura, el destino del nunca más será, probablemente, el olvido. Es como querer bajar del cielo el elefante que ocupaba mucho espacio en los años ’70 sin llevar y traer letras en las mochilas y sin abrir otros espacios.



Notas:

[1] Me refiero especialmente a los chicos de la transición. Como señala el documento base para la discusión, “la expresión política más importante de esta generación puede ser la alineación extrema y el cinismo sobre los valores de los procesos políticos en sí mismos. (...) El eslogan “Nunca más” tiene escasa resonancia y mayor alineación y está culturalmente estigmatizado. La inquietud por el espacio de la literatura infantil se basa en mi experiencia personal como coordinadora de talleres literarios no formales para chicos de la Provincia de Tucumán, actividad que desarrollo desde 1995.

[2] Sobre el concepto de literatura infantil y la delimitación del género sigo los lineamientos de Graciela Montes en: El corral de la infancia, Buenos Aires: Libros del quirquincho, 1990.

[3] Ver: Elizabeth Jelin, “Memorias en conflicto”, Los puentes de la memoria, La Plata: Centro de estudios por la memoria, Agosto 2000, p. 8. “Una de las características de las experiencias traumáticas es la masividad del impacto que provocan, creando un hueco en la capacidad de “ser hablado” o contado. Se provoca un agujero en la capacidad |de representación psíquica. Faltan las palabras, faltan los recuerdos. La memoria queda desarticulada y sólo aparecen huellas dolorosas, patologías y silencios. Lo traumático altera la temporalidad de otros procesos psíquicos y la memoria no los puede tomar, no puede recuperar ni transmitir o comunicar lo vivido”

[4] Sigo los postulados de Judith Gociol, “La dictadura militar y la persecución a los libros. Una página de oscuridad”, Buenos Aires: Puentes, Marzo 2001, pp. 48-51

[5] Boletín N° 142 de julio de 1979 por el cual el Ministerio de la Provincia de Santa fe prohibió el uso de La torre de cubos en las escuelas. Nivel Primario Prohibición de una obra. La Provincia de Santa fe ha dado a conocer la Resolución Nro. 480 con fecha 23-5-79. Buenos Aires, 23 de mayo de 1979.
  Visto: Que se halla en circulación la obra “La torre de Cubos” de la autora Laura Devetach destinada a los niños, cuya lectura resulta objetable

[6] Sobre la reconstrucción de los móviles ideológicos de la dictadura creo importante destacar el trabajo de María Seoane y Vicente Muleiro, El Dictador, Buenos Aires: Sudamericana, 2001

[7] Se destaca que este material se elaboró en la Provincia durante la Gobernación de Antonio Domingo Bussi, ex General de la Dictadura elegido democráticamente durante el período 1995-1999.

[8] Me refiero a la constitución del Equipo Creativo Mandrágora en Tucumán, un espacio de la Facultad de Filosofía y Letras que desde el año 1995 propone la constitución de talleres literarios para chicos en distintos ámbitos sociales.

[9] La elección es absolutamente arbitraria, y ciertamente acotada por el espacio de este paper. El ejemplo del ibro que se trabajó en el taller sólo busca mostrar un proceso de búsqueda más allá de las fronteras genéricas de la “literatura para chicos”.Esta exploración ayuda a pensar las múltiples modulaciones de esta problemática exclusión.



Rossana Nofal. Profesora de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, Investigadora del CONICET y miembro del Núcleo Memoria dirigido por Elizabeth Jelin. Elaboró su tesis de Doctorado con la dirección de Carmen Perilli sobre el tema: La escritura testimonial en América Latina. Imaginarios revolucionarios del sur, material que se encuentra en proceso de publicación por la Universidad Nacional de Tucumán. Actualmente se encuentra llevando adelante una investigación sobre las memorias de la represión e imaginarios postdictatoriales en Argentina y Chile. Sus trabajos sobre el género testimonio y su vinculación con la literatura y con la historia fueron publicados en revistas del país y el exterior.

Poemas para mandar en avioncitos de papel - Laura Devetach


              Dos gusanos

           Un gusano
           ay, qué cosa.
           Dos gusanos
           ay, qué cosa.
           Iban muy
           muy apurados.
           Se chocaron con la rosa
           ay, qué cosa
           y quedaron arrugados.



Vapor

Casi humo

firulete
de la taza
de café.
Da tres vueltas
y se
es-
ti-
ra
has-
ta
don-
de
no
se
ve.

Otoño
El león ruge.

Rodando llega el otoño
sobre ruedas de tres O
las uvas y las manzanas
dejan pálido al melón.
La vaca muge.
Rodando pasa el otoño
con muy pocas golondrinas.
Chisporrotean fueguitos
madurando mandarinas.
El león ruge
la vaca muge
el secreto del otoño
se descubre porque cruje.

                                                    El vaso de agua

                                         Un mar
                                         con todos
                                         los peces
                                         y barcos
                                         que quieran
                                         pasar.

Adivinanza para Usted

Tiene a veces
una flor en el ojal
una sonrisa en el lápiz
algún reto
y alborotos
de porotos
a la hora de contar.
Señorita:
¿quién será?


Palabras para consolar a un cuaderno

Hola cuaderno.
Ya sé que se marchitan tus hojas en verano
que te arrinconan cuando estás escrito
y te prefieren
con hojas en blanco.
Aquí voy flotando en un día largo
viento a favor
cabeza con pájaros.
Y escribo en vos como en la arena
cuaderno
silenciosa alcancía
de todo lo que canto.


Aviones de papel

Aviones de papel
sobre la arena.
Palabras de papel
las olas mezclan.
Baten sus lenguas
sus caracolas
y las salpican
en otras tierras.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Cuento de la polla - Laura Devetach

Érase que se era una pollita un poco qué-sé-yo.
Un día le dieron ganas de salir a dar una vuelta por ahí, a ver qué había de nuevo. Pero...
-¡Uy! -dijo-. Si me voy no me quedo, y sí me quedo no me voy. ¡Qué se yo!
Picoteó tres yuyos mientras pensaba. Uno más largo, uno más cortito, y otro que parecía un rulo.
Y decidió irse nomás.
Para eso tuvo ganas de pintarse el pico con la fruta de la tuna que ya estaba del color de la puesta de solo. Pero..
-¡Uy! -dijo-. Si me pinto me va a quedar el pico todo colorado, y si no me pinto voy a quedar toda paliducha como siempre. ¡Qué se yo! -pensó mientras miraba fijo fijo un agujerito del suelo.
Y eligió pintarse.
Buscó hasta que encontró una tuna que parecía una luz roja allá arriba en su tunal.
-¡Uy! -dijo-. Si la bajo tengo que saltar como una rana, y si no la bajo la tuna quedará allá, tan campante. ¡Qué sé yo! Se puso a sacudir margaritas mientras pensaba y eligió saltar, bajar la tuna y pintarse el pico de colorado.
Después quiso arreglarse un poco las plumas, pero para eso tenía que esperar el viento, que era su modista y tintorero.
-¿Uy! -dijo-. Si lo espero voy a tener las plumas fluflú, y si no lo espero seguirán todas lisas en su lugar. ¡Qué sé yo!
Eligió esperar al viento.
Cuando llegó, vaya a saber de dónde, la polla cerró los ojos y levantó el pico para que el viento la cepillara un poco y, con un toquecito aquí y otro allá, le dejara las plumas bien fluflú.
Después tuvo ganas de mirarse en un charco.
-¡Uy! -dijo-. Si me miro sabré cómo estoy de buena moza, y si no, no. ¡Qué sé yo!
Eligió mirarse, y se gustó mucho en el agua chispeante de sol.
Ya estaba estirando la patita para irse por el camino verde requeteverde cuando, tuit, tuit, le chifló la panza porque tenía hambre de un grano de maiz.
-Quiero un grano muy pupipu -dijo-. Pero ¡uy!, si como un maíz no me voy enseguida, y si no lo como la pancita seguirá haciendo tuit tuit. ¡Qué sé yo!
Y eligió buscar un grano de maíz para comérselo.
Empezó a caminar toda durita, porque si no, le parecía que se le iba a despintar el pico.
-¡Qué grano tan pupipu! -dijo la polla abriendo apenas el pico para que no se le despintara.
Después se quedó parada en medio del camino verde requeteverde diciendo:
-¡Uy! Si pico, me ensucio el pico. Si no pico, pierdo mi grano. ¿Pico o no pico?
Y ahí se quedó la polla plantada, déle que sí, déle que no.
Y si sé comió el grano pupipu o no se lo comió, la verdad de las cosas... ¡Qué sé yo!


Las ilustraciones pertenecen a Eleonora Arroyo

Taller del 21 de septiembre/2012

Apuntes para un posible Catalogo de sueños


Se trata de que yo estaba durmiendo y una chica me despierta. Y me saluda, yo lloro. Esa chica se llamaba Carla Rattero y jugábamos etc.
Nos hamacamos, jugamos a la esconcida con mi hermana y una amiga llamada Abril, etc.

Cuando era mi cumpleaños 15 que me había dado mi casa para mí sola mi madrina.


Yo una vez tuve un sueño extraño que yo estaba en la plaza y caían meteoritos le caían meteoritos y a mí no después quedó todo roto y no sabía cómo salir y me caí adentro de un pozo y no sabía salir y me ayudó un amigo y me sacó y me fui a mi casa y me dormí al otro día me dí cuenta que era todo un sueño y le conté a mi hermana. 

Yo soñé que muchos ponis de todos colores yo monté en uno de color turquesa y su cola negra iba por el bosque y era de noche.



Una vez yo soñé sobre una niña que no podía soñar, ella siempre se dormía para tratar de soñar, pero nunca podía. Un día, ella se durmió. Tenía mucho pero mucho sueño que cuando se durmió pudo soñar y cuando despertó quiso contarle el sueño a su madre y no se acordó lo que había soñado.







Yo tengo un sueño lindo.
Es un sueño de un dragón que escupía fuego y mataba a la gente porque quería comersela. ¿Por qué mata a la gente si la gente no le hacia nada? Yo quería que sea amigable.


domingo, 16 de septiembre de 2012

La noche del elefante - Gustavo Roldán


El circo llegó al pueblo, y con el circo llegó el elefante.
- ¡Estoy podrido!-fue lo único que se le oyó decir  cuando bajó del tren.
El elefante había viajado con el circo por París, Londres, Moscú, Buenos aires, siempre por las más grandes ciudades del mundo, y ahora, cruzando el Chaco, había llegado a Saenz Peña, que seguramente también era una de las grandes ciudades del mundo. Ahí fue cuando dijo:
- ¡Estoy podrido
Y no habló más. Los otros animales lo miraron sorprendidos, porque no estaban acostumbrados a que anduviera protestando. Al contrario, tenía fama casi de demasiado manso.
La rutina siguió. levantaron la carpa, acomodaron las jaulas de las fieras, y prepararon un desfile por las calles para que a todo el pueblo le diera ganas de ir a ver las maravillas del circo más hermoso.
Todo marchaba sobre ruedas. O por lo menos parecía. Nadie se había dado cuenta de que el elefante andaba más trompudo que de costumbre. Nadie sabía que mientras el tren iba recorriendo los caminos del Chaco el elefante se había puesto a oler.
Fue un olor que le llegó de golpe, mientras descansaba  tranquilamente en su jaula junto con abundante pasto y agua limpia, y fue como si la tierra se hubiera dado vuelta.
Sintió apenas una especie de cosquilla que le hormigueaba desde la trompa hasta la punta de la cola, y de pronto supo de qué se trataba.
Y entonces se acordó de los grandes espacios por donde correteaba con la manada, se acordó del calor y de las noches inmensas cuando toda la tierra era de los elefantes. Se acordó de las grandes caminatas para buscar agua y comida y de las peleas con el tigre.
Era el olor de los árboles, era el olor de un río, era el olor  de la selva. Miró por entre los barrotes de su jaula y vio miles de pájaros que volaban y se posaban en los árboles,  y miró los árboles. No eran los mismos que conociera, pero eran árboles. Tampoco los pájaros eran los mismos, pero eran pájaros.
De un lugar así lo habían sacado los cazadores hacía muchos años, tantos, que ya ni sabía que se acordaba. Pero ahora de golpe, se le vino encima toda la memoria.

Y se acordó del miedo.
Era un elefante joven, con colmillos que comenzaban a crecer con fuerza, cuando conoció el miedo. Fue cuando llegaron los cazadores. Hasta entonces creía ser un animal más fuerte, un animal que podía matar al león con su trompa poderosa y sus colmillos. Un animal que ya había enfrentado al tigre de suaves manchas y lo había visto huir.
-¡Qué pequeños son!-pensó cuando vio a los cazadores.
Pero no sabía que tenían dardos con venenos para hacer dormir a un elefante, y que tenían jaulas de hierro capaces de aguantar toda la fuerza y el peso de su cuerpo.
Después pasó a otras manos que lo cuidaron mucho mejor.  Nunca le faltó agua ni comida, pero siempre con una gruesa cadena atada a la pata. Le enseñaron pruebas y lo premiaron  cada vez que aprendía a repetirlas. Y cada vez que aprendía  también iba aprendiendo que ahora debía vivir con los  hombres.
Entonces lo llevaron al circo con otros animales y con otros elefantes. Durante muchos años siguió aprendiendo y olvidando, hasta que un día casi estuvo convencido de haber nacido en el circo y de que ése era el mundo de los elefantes.
Ya no tenía la gruesa cadena atada a la pata. pero había otra cadena, invisible, que lo dejaba atado al lado de los hombres. Y tal vez era más difícil de romper que una cadena de hierro.
Recorrió grandes ciudades, y ahora, al sentir el olor de los árboles, del bosque, al ver volar tantos pájaros, fue como un golpe, casi como el pequeño golpe que sintiera cuando un dardo se le clavó una tarde lejana porque no huyó de los cazadores. No estaba dispuesto a escapar de esos seres tan débiles.
Fue así, como un pequeño golpe. Y se le vino encima toda la memoria.




Esa noche, cansados, todos en el circo se durmieron temprano. Pero el elefante no. Despertó a la elefanta y le contó sus planes.
Ella dijo primero que no, que estaba loco, que qué iban a hacer en un mundo desconocido, que aquí nunca les faltaba comida, que todas las noches los aplaudían a rabiar, que quién sabe lo que les esperaba afuera de la carpa.
-Claro que quiero irme y ya mismo-dijo finalmente la elefanta.
-¿Qué vamos a hacer?-dudó ahora el elefante.
-No sé. pero si allá afuera hay árboles y hay un río y hay una selva, ése es nuestro lugar.
-¡Aquí estamos seguros!
-Pero no tenemos aire libre.
-¿Entonces querés irte?
-Elefante, ¿qué estás pensando? Este es el mejor momento para salir de aquí. después veremos -dijo convencida la elefanta.
Y se fueron...
Caminaron sin hacer ruido, y se alejaron lentamente del circo. Siguieron por las calles dormidas de la ciudad y sin mirar atrás llegaron a los primeros árboles. Arrancaron con la trompa un manojo de hojas frescas y sintieron que eso se parecía a la felicidad.
-Ahora podemos descansar un rato-dijo la elefanta.
-No, todavía no -dijo el elefante-. Mañana van a salir a buscarnos.
-¿Nos encontrarán?
-Si nos alejamos mucho, no. tenemos que meternos en el monte, lejos de los caminos. Nos van a buscar  por los caminos.
Y se internaron en el monte, y caminaron sin descansar, abriéndose paso entre la maleza. Días y noches caminaron, encontrando cada vez más árboles y árboles cada vez más grandes.
Y encontraron espacios abiertos para correr y largas noches bajo las estrellas. descubrieron el canto de los pájaros y el sonido del viento. Vieron volar las bandadas de garzas blancas y se quedaron quietos escuchando el griterío de las cotorras. Probaron distintos pastos y las hojas de distintos  árboles, y fueron descubriendo sabores dulces y amargos y fueron eligiendo porque tenían para elegir.
En la laguna vieron rastros de toda clase de animales y jugaron echándose agua con la trompa. Y sintieron el calor del sol y la frescura de la sombra. Caminaron.
Y cada noche sentían que estaban un poco más cerca.
Y vino un olor a tierra mojada y los elefantes se quedaron inmóviles, recordando. sabían que ahora vendría una de las cosas más hermosas. Llegaría la lluvia. Esperaron la lluvia. Esperaron la lluvia con las trompas
levantadas, lanzando el enorme grito de los elefantes. El agua comenzó a caer y sentían que los lavaba y refrescaba, que les sacaba el recuerdo de las jaulas y de las cadenas  y gritaron de nuevo. Hasta cansarse de gritar.
Hasta que se acabó  la lluvia.
Eran nuevos elefantes.
Cada vez que escuchaban algún ruido se quedaban quietos. Sentían demasiado el olor de los hombres todavía. tenían que llegar más lejos.
¿Dónde quedaba ese lugar más lejos?
Siguieron caminando...
Nadie sabe si fue el instinto y la inteligencia de los elefantes, o si fue simplemente el azar. Pero lo cierto es que se encaminaron hacia un lugar de monte impenetrable lejos de las ciudades y del hombre.
Y ahí se quedaron, en el monte chaqueño.
Nadie volvió a verlos nunca. Nunca intentaron volver.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Colores


Lucas me pidió que le trajera los fibrones nuevos.
Estábamos trabajando afuera un rato, antes que nos corrieran los mosquitos. Cuando abrí la caja con los fibrones en el suelo, delante suyo, Lucas se quedó mirándolos. Como estábamos trabajando a la par, estábamos también conversando.
-Estos fibrones -dijo, señalando el rosa y el naranja- son de nenas. Y estos -indicando el azul y el verde- son de nene.
Me quedé mudo. Lucas me sonreía, esperando que aprobara su afirmación mientras yo buscaba las palabras exactas para retrucar aquel estereotipo, aquel profundo orden que delimita a quien pertenece cada color.
-No -comencé a decir timidamente.
Pero Emirena, que estaba allí al lado nuestro, con la total naturaleza de sus seis o siete años le dijo:
-No Lucas, los colores son de todos -con una voz suave y tomando el azul entre sus manos para pintar una nube.
Entonces ambos siguieron en lo suyo.
Kevin

Carta de Dracula a su Tía, por Abril

Hace mucho tiempo, Drácula estaba muy, pero muy solo, hasta que se le ocurrió visitar a su tía. Su tía estaba muy enferma, entonces Drácula tuvo que suspender su viaje y se quedó muy preocupado porque su tía tenía cáncer. Hasta que se le ocurrió una idea muy creativa, se le ocurrió hacer una carta llena de cosas locas. En la tapa de la carta le puso lentejuelas, brillos, corazones, estrellas. Le puso sellos de todo tipo, y por último le puso muchos colores.
Pero no tenía lo más importante: lo de adentro. El texto. No se le ocurría nada, era la primera que escribía, no tenía imaginación. Hasta que por fin se le ocurrió la primera palabra, después se le fueron ocurriendo muchísimas más palabras. Se le ocurrieron tantas palabras que no le entraba nada más. Y el quería seguir escribiendo. Mancho todo, toda la mesa con tinta porque seguía escribiendo arriba de la mesa.
Después la tuvo que llevar a la carta a su tía. La tía no entendía nada, pero la carta era linda y por eso se puso muy bien.

Cuento escrito por Maquina de escribir, por Martina

Había una vez una maquina de escribir que era muy inteligente, que hablaba. Un día se perdió en la ciudad de Buenos Aires y la agarró una Señora llama Silvana. La llevó para sacar fotocopias, para dar clases. Era el cumpleaños de la maestra Silvana todos los le regalaron regalos pero muchos muchos. Algunos le regalaban collares, que venían también aros.
Luego las dueños la encontraron en la calle, porque se escapó y los dueños verdaderos la encontraron. Pero pero muy felices porque la habían encontrado y sacaron muchas fotocopias y se rompió de tantas. Entonces la arreglaron y fueron felices.

Juanita la del montón, por Alejandrina

Juanita era una de las nenas del montón del barrio.
Hasta que un día se cayó su amiga y la llevaron al hospital. Al día siguiente se recuperó y cuando fue grande fue Doctora y su amiga también.
Trabajaron en el hospital de la Ciudad de Paraná y atendieron a un paciente que tenía diabetes y se hicieron buenos amigos. Y había un perro que los miraba.

La nona Insulina - Ema Wolf


A me­di­da que pa­sa­ban los años la cara de la nona In­su­li­na se vol­vía más lisa y des­arru­ga­da. Las manos más fir­mes, la es­pal­da más de­re­cha. Hasta se no­ta­ba que cre­cía un poco. Con el tiem­po se afir­ma­ron los dien­tes y dejó de usar bas­tón.
Por esa misma época le em­pe­za­ron a gus­tar más los tacos altos que las pan­tu­flas.
En unos años nació su úl­ti­mo nieto; y poco des­pués, el pri­me­ro.
Se ju­bi­ló de maes­tra de piano.
Pron­to le des­a­pa­re­cie­ron las pri­me­ras canas.
Cuan­do quiso acor­dar­se ya fal­ta­ban vein­te años para su ca­sa­mien­to con el joven Beto Fre­go­li­ni. Hasta enton­ces fue crian­do a sus dos hijos, que le daban cada vez más tra­ba­jo a me­di­da que se ha­cían chi­cos.
Más tarde co­no­ció a Beto. Él la sacó a bai­lar un sá­ba­do de car­na­val en la So­cie­dad de Fo­men­to de Carapa­chay.
Allí la nona In­su­li­na pron­to em­pe­zó a ir a las fies­tas acom­pa­ña­da de su mamá.
A los doce años entró en sép­ti­mo grado y es­tre­nó un par de zo­que­tes nue­vos. Ya nunca más de­ja­ría los zoque­tes.
El día que em­pe­zó la pri­ma­ria la nona In­su­li­na gritó como una ma­rra­na cuan­do su mamá la dejó en la escuela.
Por en­ton­ces, se le picó la pri­me­ra muela por lo que iba a ser su gran de­bi­li­dad: los ca­ra­me­los de leche.
El pri­mer po­rra­zo fue a los trece meses, cuan­do se largó a ca­mi­nar.
Des­pués em­pe­zó a ga­tear y a ofre­cer­le su chu­pe­te a medio mundo.
Era la época en que la en­tal­ca­ban para que no se pas­pa­ra.
En cues­tión de se­ma­nas la pu­sie­ron a dor­mir en un moi­sés lleno de moños.
En­se­gui­da, la nona In­su­li­na em­pe­zó a des­per­tar­se cada cua­tro horas para pedir la ma­ma­de­ra.
Una ma­ña­na de se­tiem­bre, muy tem­prano, pegó su pri­mer grito: ¡buaaaaaaa! Le pe­ga­ron una pal­ma­da en el tras­te y des­pués nació.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Espanta y Pájaros - Liliana Bodoc

-¡Pobre Espanta!- le dijo un gorrión a una alondra-. Su tristeza es tan grande como cinco otoños, una plaga de langostas y un pan duro.
-Así de grande..., tienes mucha razón -contestó la alondra-. ¡Y el pobre no llora por evitar preocuparnos!
Pero la alondra estaba equivocada. ¡Claro que lloraba el Espanta! ¡Y lloraba a cántaros! Sólo que lo hacía cuando estaba lloviendo para que nadie se diera cuenta.
Una lechuza, vecina de árbol, descendió dos ramas para intervenir en la conversación.
-¿De quién están hablando? -preguntó.
-Del espanta más viejo de por aquí -respondió el gorrión.
-¿El que vive en el maizal, detrás de la loma?
-Ese mismo.
El caso es que los Espanta envejecen como cualquier ser viviente. Las tormentas debilitan sus esqueletos de madera, los fuertes vientos se van llevando, en hilachas de estopa, sus largas melenas. El granizo, cuando llega, les agujerea el sombrero. Y un poco, el corazón.
También, igual que todos los que estamos vivos, los Espanta sueñan. Y el Espanta que habitaba en el maizal, detrás de la loma, tenía su propio sueño. Un sueño sencillo para muchos; pero imposible para quien tiene los pies atrapados en la tierra.
-¿Imposible...? -dijo el gorrión-. ¡Cuando de sueños se trata esa palabra no tiene sentido!
Pero sin importar lo que el gorrión opinara, el sueño del viejo Espanta parecía realmente imposible. Porque el Espanta soñaba con ver el arroyo que atravesaba el arroyo muy cerca de allí.
-Cerca para quien tiene alas, patas, piernas o tentáculos -opinó la lechuza- Pero lejos, ¡muy lejos!, para quien tiene..., tiene... ¿qué tiene?
-Raíces - afirmó el gorrión.
Atado a la tierra, el Espanta escuchó durante muchos años el sonido del arroyo que pasaba. Más fuerte en verano, más suave en invierno. Más silbado en otoño, más desordenado en primavera.
-Si es tan hermoso escucharlo -suspiraba- ¡cuánto más hermoso será verlo!
Cientos de veces le preguntó a los pájaros: ¿cómo es el arroyo?, ¿cómo es el arroyo que atraviesa el campo?
Y los pájaros se esmeraron en sus descripciones y respondieron como poetas:
"El arroyo es una canción que moja".
"Es una serpiente azul que nunca termina de pasar".
"El arroyo es la sombra de un rebaño que anda por el cielo".
Sin embargo, aquellas invenciones sólo lograban que el Espanta tuviera más ganas de ver el arroyo con sus propios ojos: dos enormes botones cosidos en su cabeza de trapo.
Así pasaron las estaciones. Y mientras más envejecía, más penaba el Espanta:
-No quisiera morir sin ver el arroyo. No quisiera...
Los pájaros estaban preocupados. La temporada de tormentas estaba cerca, y era posible que el Espanta no soportara otra granizada sobre su corazón. ¡Habría que aceptarlo...! El pobre iba a morir sin cumplir su sueño. Luego, el granjero colocaría un Espanta joven, y el asunto quedaría en el olvido.
-Yo nunca lo olvidaré -afirmó el gorrión.
-Muy bien -dijo la lechuza-. ¿Y qué puedes hacer para remediarlo?
El gorrión estuvo pensando todo el día, el otro y el siguiente; porque no le gustaba abandonar a sus amigos.
Las primeras nubes de la temporada de tormenta aparecieron en el horizonte. El Espanta, que presentía el fin de su tiempo, se ocupaba únicamente de escuchar el paso del arroyo. Como si de tanto escucharlo, pudiera verlo.
Tan cerca estaba el arroyo. Y sin embargo estaba tan lejos para que lo no tenía tentáculos, patas o alas.
-¡Yo tengo alas...! ¡Y también pico! -exclamó el gorrión. Y agregó-: Tú, alondra, también tienes alas y pico. También tú los tienes, lechuza.
-¿Qué clase de disparate anida en tu cabeza? -La lechuza estaba preocupada.
El gorrión tenía en la cabeza uno de esos disparates que solo puede dictar el amor todopoderoso. El gorrión pensaba que sería posible hacer un pozo, y arrancar al Espanta de la tierra. Luego alzarlo por los hombros de su saco harapiento, y llevarlo en vuelo hasta el arroyo.
-Los granjeros aseguran muy bien a los Espanta para que no se los lleve el viento -dijo la lechuza-. Tendríamos que cavar un pozo demasiado profundo. ¡Imposible!
Como al gorrión no le gustaba esa palabra, respondió con cierto enojo.
-Piensa, mi buena lechuza, que tu pico puede servir para algo más que para comer insectos y semillas. Y que tus patas pueden  servir para algo más que sostenerte en las ramas el día entero.
La lechuza, sin embargo, no se convencía con facilidad.
-Puedo aceptar eso. Pero, ¿cómo haremos para levantarlo? Así como lo ves de flaco, el Espanta es demasiado pesado para nosotros.
-Tal vez sea pesado para nosotros tres, pero no lo será para todos los pájaros del campo.
La alondra había guardado silencio. Pero cuando abrió el pico para hablar, el gorrión lamentó, por única vez en su vida, no poder sonreír.
-Aunque sea un disparate -dijo la alondra-, te ayudaré a convocar a todos los pájaros del campo. Cruzaremos el cielo de ida y de vuelta. Al fin y al cabo, para eso están el cielo y las alas.
Al oír semejante cosa, la lechuza comprendió que tenía dos alternativas: el entusiasmo compartido o el pesimismo solitario. Y como no era sonsa, era lechuza, eligió el entusiasmo. Y allí partieron los tres, arrastrando en su vuelo un propósito de gigantes.


Al amanecer siguiente, el Espanta vio acercarse grandes bandadas desde las cuatro esquinas del cielo. Le pareció que todos los pájaros del mundo estaban allí. Y aunque no fuera así, al menos eran todos los pájaros del campo.
Cuando llegaron el gorrión carraspeó. Tenía algo muy serio para decir:
-Viejo Espanta -los nervios le cerraban la garganta-: Hemos venido a cumplir tu sueño. Para eso debemos arrancarte de la tierra y... ¡y tú sabes de sobre lo que eso significa!
Espanta lo sabía. ¿Y qué...? De todos modos, la tormenta, que ya ocupaba la mitad más triste del cielo, era la última que podría soportar su corazón.
-¡Estoy listo! -dijo.

El trabajo comenzó de inmediato. Muchos picos, y el doble de alas, escarbaron la tierra. Era necesario hacer un poco muy profundo para que el Espanta quedara libre. Y había poco tiempo porque las nubes ya casi se caían.
-¡Qué no llueva todavía! -pedían los pájaros.
Y tenían razón en pedir. Porque si la lluvia se descargaba, la tierra, se transformaría en barro, el pozo que estaban cavando se anegaría, y adiós sueño.
Los pájaros continuaron cavando y escarbando como si el cansancio fuera una mentira inventada por los hombres. De pronto se escuchó un estruendo.
-La lluvia está cerca -advirtió la lechuza.
Sus compañeros sabían que eso era cierto. Por eso, aunque estaban fatigados y sedientos, con las plumas sucias de tierra, continuaron su dura tarea.
Al cabo de un largo rato se oyó un ruido que no era de tormenta. Era el ruido de un Espanta que se estaba inclinando.
-¡Un poco más! -dijo el gorrión.
-¡Un poco más! -repitió la alondra.
El Espanta siguió ladeándose hasta que, finalmente, su cuerpo se desgajó de la tierra y cayó sobre el campo húmedo.
Los pájaros se miraron entre sí. Ya estaba cumplida la primera parte del trabajo; pero todavía faltaba cumplir el sueño.
Algunos con sus patas, otros con sus picos, los pájaros tomaron al Espanta desde los hombros de su saco hasta el ruedo de su pantalón remendado. Las alas se prepararon para alzar vuelo:
-¡Ahora! -indicó el gorrión.
Entonces, el viejo Espanta ascendió despacio y con poca elegancia. Los pájaros hicieron su mejor esfuerzo, y un poco como barrilete, otro poco como avión averiado, el Espanta subió, subió y avanzó por el aire en dirección al arroyo.
En ese momento cayeron las primeras gotas de lluvia, pesadas como ciruela.
-Llegaremos, llegaremos -decían los pájaros para darse ánimo.
El arroyo sonaba cerca. El Espanta y su sueño estaban a punto de reunirse.
El cielo que los miraba quiso ser útil, y por un ratito retuvo la lluvia guardada en su boca.
Ese breve tiempo fue tan valioso como un siglo entero, porque alcanzó para que el Espanta llegara al arroyo. Allí estaba por fin, y sus ojos de botones se llenaron de lágrimas.
El arroyo del campo era más bello que todo lo imaginado. Más bello que la sombra de un rebaño celestial, una canción de agua y una serpiente azul. Y es que el sencillo arroyo del campo era, en verdad, un sueño cumplido.
-Gracias -dijo el Espanta. Y luego se durmió volando sobre su sueño.
Los pájaros descendieron y, con suavidad, lo depositaron sobre el campo. Recién entonces, el cielo permitió que la lluvia se descargara. Los pájaros se separaron para regresar a sus nidos. El gorrión, la alondra y la lechuza buscaron refugio en el árbol de siempre.
Las tres aves estaban muy cansadas: el Espanta se había marchado, y la lluvia golpeaba el mundo.
-¿Saben una cosa? -dijo la alondra.
-He visto el arroyo cientos de veces, y nunca me pareció tan bello como hoy.
-Lo mismo pensé -dijo el gorrión.
Después de un breve silencio, habló la lechuza:
-También me sucedió a mí.

Y es que ayudando a cumplir el sueño del Espanta, los pájaros también soñaron.




viernes, 7 de septiembre de 2012

Taller del 7 de septiembre/2012

El desafío era "construir un libro".
Hojas en blanco, abrochadas en formato de libro. 
Un título robado a algún cuento, de esos "para chicos".
Y muchos colores. 
Nos divertimos mucho. Los chicos se llevaron los libros a sus casas. Allí los terminaran de ilustrar, además de leerlos a sus familias. Al final leímos con muchas ganas Espanta y pájaros. Cuyo titulo robamos para el cuento de Luca. Pronto, los cuentitos. Por ahora:  unas pocas fotos cuál pistas de nuestra andanza.-