Espacio para pensar(nos) gremial y pedagogicamente desde Seguí y en nuestro quehacer cotidiano como Docentes y Estudiantes.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Palabras para Scherezadas - Por Laura Devetach (2000)


El ser escritora y a la vez docente me ha llevado siempre a buscar vasos comunicantes entre ámbitos difíciles de conciliar como lo son la institución escolar y la literatura. La institución escolar y todo aquello que tenga que ver con el arte, las realizaciones con tiempos propios, la expresión de las emociones.
En definitiva, la búsqueda de estos vasos comunicantes expresa el deseo de construir un espacio de encuentro, para la escuela y para la literatura, el deseo de que nuestras ópticas puedan ser más abarcativas y capaces de cambiar los ángulos de mirada. No podemos soslayar la agobiante noción de dificultad para cualquier realización que nos dan las políticas estructuradas para el bienestar de pocos, los repartos injustos, el malestar que generan estas situaciones en los ciudadanos.
Por eso, en un país donde la educación y la cultura tienen un presupuesto mínimo y las políticas al respecto distan de ser una construcción colectiva, creo que cualquier reflexión sobre el tema tiene que partir de la necesidad de una educación permanente y de la participación del docente y de toda la comunidad. Sugiero que instalemos en esta convocatoria nuestras reflexiones de educadores, escritores, artistas, alumnos, lectores. Pero sobre todo, de ciudadanos y de personas capaces de detectar y destacar los aspectos y quehaceres que aparecen como positivos en nuestro campo, como posibles prácticas alternativas y de tomarlos en cuenta para hacerlos crecer.
Quiero instalar algunos interrogantes que nos atañen a todos:
¿Cómo calzan la literatura, la lectura de poesía y ficción, el arte, en nuestras vidas, en nuestra comunidad, en el espacio cultural para los chicos, en el espacio escolar actual, en la formación de los docentes? ¿Qué cosas se limitan bajo la definición de "no adecuadas"? ¿Cómo ampliar esos espacios para que la literatura entre de otra manera y cumpla con su función de abridora de caminos? ¿Cómo hacer para que los motivos válidos para rechazar o aceptar un texto literario no sean excluyentemente la longitud, la complejidad —de cualquier tipo— lo que se presume "inconveniente" según edades prefijadas, lo considerado "poco accesible", triste o muy movilizador, según las miradas más tradicionales o estrechas de los adultos? ¿Podemos pensar en la posibilidad de un cambio?
En los últimos años, al retomar la docencia dentro de la capacitación, volví a los vaivenes del desaliento pero —con mucho mayor fuerza— a recoger como alimento un número de hechos que corroboraban el sentido de mis búsquedas de 40 años de docencia y también de ejercicio de la escritura.
Quizás hoy lo posible vaya surgiendo de experiencias pequeñas, individuales, o de grupos chicos aislados entre sí.
De lugares asistemáticos y de los sistemáticos no muy presionados por el deber ser, ni de la búsqueda de resultados espectaculares o inmediatos.
De los medios rurales, de uno o dos maestros en cada escuela con autoridades permisivas, interesadas o indiferentes pero que dejan hacer, de muchas bibliotecarias que supieron crear un espacio distinto.
De artistas y escritores que desde 1984 pudimos acercarnos a una escuela más abierta y ofrecer experiencias desde otros puntos de vista, estimulando otras conciencias y otros deseos en niños y adultos.
De chicos que piden y reclaman, de adultos que responden o no.
Pensemos en los que responden. Hay en ellos una actitud, una intención, de limpiar el campo de juego. Toman conciencia de carencias y deseos, reconocen no haber descubierto los libros hasta que les tocó leer con los chicos. Reconocen haber descubierto experiencias distintas. Así lo manifiestan y se muestran animosos para transitar por un camino nuevo. Manifiestan el deseo de leer también cosas para ellos y no solamente literatura para niños. Se les abre un mundo frente a descubrimientos como que la poesía no es sólo palabra ornamental. Y que tanto las lecturas furtivas como la escritura privada que realizaron a lo largo del tiempo tuvo para ellos un valor formativo.
Y así, escuchando, una se entera de que en variados pequeños lugares se deja de lado y se cuestiona el antiguo pero vigente esquema de cuentos con personajes infantiles que aprenden todo el tiempo sólo lo que quieren sus mamás o sus maestras, cuyas experiencias propias son negadas y castigadas en nombre de la dulzura protectora.
Que hay lugares donde las bibliotecas y las aulas se musicalizaron con Las Preguntas de Neruda o las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna. En los que hay espacio —luego de dudas y discusiones— para que El topito Birolo averigüe qué es esa cosa maloliente, de sospechoso color marrón que le cayó sobre la cabeza. O Cándido desaparezca en la propia nariz del lector en una ingeniosa propuesta visual. Donde el tatú puede morir y anudar nuestras gargantas sin que eso tenga un signo negativo. Donde hay protagonistas que venden estampitas en el subte. Y se instalan también las vivencias de una niña diferente, aislada de su medio (1). Y nadie tiene que pagar con ningún trabajo prefijado, salvo la libre expresión de su asombro, de su inquietud, o el ejercicio del silencio.
Hay maestras que no se privan por nada de sentarse a leer tranquilamente con sus alumnos y que con el tiempo logran que cada uno esté en silencio con su lectura privada y autónoma. Logran que entre el silencio a la escuela y que cada niño pueda hacer uso de él. Logran el preciado silencio no por disciplina sino para que cada cual pueda ponerse de acuerdo con sus experiencias con el texto literario. O con la fuerza de la palabra que quiere expresarse por escrito en ámbitos donde la emoción no está vedada, ni el tiempo es solamente tiempo curricular. Y que este silencio y este concentrado estar en literatura —quizás no para todos en los mismos tiempos—, sea considerado la valiosa puesta en juego de disponibilidades para leer y para escribir, que no son lineales, ni iguales para todos. Y que además no se ven inmediatamente en el cuaderno, con todo lo que esta falta de materialización, homologada a "falta de trabajo", significa hoy en nuestro medio.
Así se va construyendo el camino lector, con la lectura en compañía, pero también con la lectura privada y autónoma a la que nos acerca solamente el deseo.
Quizás en este punto convenga detenernos en dos aspectos que siempre me interesa tratar con las maestras. Uno es si cada una de ellas se dio cuenta de que somos una mayoría de mujeres leyendo con o para los niños. El segundo aspecto es si cada una considera que tiene la posibilidad de ejercer su propia lectura privada y autónoma.
Históricamente, las mujeres fuimos narradoras de viva voz, transmisoras de la moral y las tradiciones. Enseñanzas, cuentos y fábulas desfilaron por las antiguas cocinas. Entonamos canciones y oraciones. Leímos la Biblia y las vidas de los santos a los niños de las familias cuando nos llegó la hora de la alfabetización. Los hombres escribían y administraban y las mujeres eran lectoras públicas en las parroquias, en las escuelas. Asuntos religiosos, instrucciones prácticas, enseñanzas. Todo a la luz del consenso social. Pero furtivamente y como se pudiera, la lectura de novelas, de revistas, de poesías, la escritura de diarios, cartas, la confección de libros a mano cosiendo hojas de los periódicos con los folletines por entregas, pegoteando poemas, bajo el apercibimiento de una cultura que penaba todo esto por pecaminoso, dañino para la salud, y por ser un signo irrebatible de pereza. Las mujeres de familia y la literatura eran incompatibles.
Pareciera que éstas son imágenes del siglo XIX, imágenes de antaño. Hace algunos años que investigo y analizo el tema con maestras. Surgen hoy nuevamente dos líneas: la primera, la lectura profesional para formarse, la escritura formal para informar. La lectura pública, desde los puestos de educadoras, de textos útiles que cuentan con el consenso general.
La segunda línea, la de la otra lectura que entra a la zona de sombras, que se confiesa furtiva, culposa, curiosa, siempre apurada, de cuentos, novelas, poemas. ¿En qué lugares se realizaron estas lecturas? Debajo de las sábanas, con linterna, en el baño, en gallineros, huertas, a la hora de la siesta, en cualquier lugar oculto, o por lo menos con disimulo, o fuera de casa, en bares, plazas. A la hora en que el deseo se pudiera abrir un hueco para la privacidad.
Todo esto en maestras de 25 años para arriba, de distintas generaciones, y de distintos lugares del país.
Estamos viviendo una paradoja: abogamos por la lectura de literatura y no podemos leer de la manera que la literatura necesita ser leída.
Aquí vienen dos puntos que me interesan: la privacidad y la autonomía para leer y para escribir en la vida de cada persona, en la vida del maestro, en la vida de los niños. La privacidad que pone en juego nuestras disponibilidades más profundas, que permite el ensayo y el error, el detectar el momento de la necesidad de recurrir al otro, a los otros. Poder entrar y salir del silencio, sabiendo que está legalizado como espacio.
La autonomía para irse independizando, para incorporar los cambios, para usar las palabras que tenemos, para tener opiniones.
A las mujeres nos cuesta pensar en estos términos, para nosotras primero, y más aún para con los chicos.
Me consta como coordinadora de talleres de escritura de largo desarrollo, que generalmente el primer trabajo consiste en conseguir el espacio interno para aceptar la actividad.
Yo me estaba acordando —comenta una maestra—, que se dice que el tiempo para leer, como el tiempo para amar, hay que robárselo a la vida. Es un tiempo que uno tiene que robar a otras cosas.
Y otra reflexiona: Nos cuesta todavía pensar en el arte en general y sobre todo en la literatura como construcción personal y darles la misma importancia que a otras cosas.
Otra ex alumna, actual colega, participante de estas reflexiones, me comunica: Claro que es muy difícil generar esto en momentos prestados, casi robados a otras cosas que suenan más importantes, más urgentes. Tal vez la escuela se encuentre en la necesidad de legalizar esos momentos de encuentro con los libros y con otros lectores como sencillamente eso: momentos de encuentro con los libros y con otros lectores. Y para que la escuela genere una necesidad tienen que empezarla los maestros en su tarea cotidiana. En seguida surge la pregunta que salió de este curso: ¿para qué? Bueno, esto es algo que hay que bucear en cada uno pero no necesariamente a solas. ¿Qué nos pasa cuando comentamos un libro con otra persona? Tal vez un precipitado de ideas, de emociones, de palabras de otros que se nos hacen nuestras. (Alejandra Saguier. Registros y reflexiones sobre clases de Laura Devetach. Taller de Capacitación Docente, Dirección de Enseñanza Artística, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2000)
Estas son claras formas de expresar tomas de conciencia sobre la necesidad de tener momentos de lectura privada. Si no conseguimos ese espacio interior que por supuesto se refleja en el espacio exterior, si no lo defendemos, si no dejamos de leer como si robáramos algo, mal vamos a transmitir a los chicos esas nociones para ayudarlos a formarse como lectores.
El docente creativo e inquieto se siente aislado, abandonado, y presionado por los que practican la insensatez. Sería bueno buscar estrategias de conexión y crear espacios en los que las pequeñas acciones se sumen y crezcan. Sé de maestras que se procuran el tiempo leyendo en voz alta a su bebé; que inicia en lo mismo a su marido. Que abre un espacio de preguntas amplias de ella hacia los chicos y de los chicos hacia ella.
Seño, ¿a usted le gusta escuchar si venimos de otra provincia o de otro país?
¿Por que la directora se fija mucho en la prolijidad y el director en las faltas de ortografía?
¿Por qué hay mujeres cuando se casan después se ban a los boliches y se drogan y después se ba a la casa de otra persona que encuentra en el boliche y hacen el amor en la cama y el marido no sabe nada?
¿Cómo se harán las cosas de lata?
¿Por qué estoy en Buenos Aires y no en Salta?
Seño, a mí me gustó cuando todo el grado cantamos el Romance de la Catalina.
Seño, yo aprendí a releer, a no pelear, a dejar hablar al otro y a estar en silensio cuando no estudiamos para alludar al prójimo.
(Chicos de 5º Año de la Escuela Nº 8 de Villa Soldati, Buenos Aires. Trabajo realizado por la docente Beatriz Gualtruzzi con Mercedes Mainero como capacitadora.)
En fin, cosas verdaderas, granos de arena, puntas de trabajo, acciones concretas que quiero mostrar. Los conflictos nos abruman. O bajamos la cabeza o seguimos, sabiendo con modestia que muchas cosas que uno trae valen, y que es mejor aportarlas que guardarlas. Y que para mujeres trabajando al fin, no hay nada mejor en un mundo de califas y oropeles que ser Scherezadas y valorar la artimaña creativa, que es nada menos que el arte de darse maña para que las buenas palabras crezcan.
Nota (1)
-Las Mil y una Noches. Versión de Antoine Galland.
-El libro de las preguntas. Pablo Neruda. Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello / Rayuela.
-Greguerías. Ramón Gómez de la Serna. Madrid, Editorial Espasa Calpe, Colección Austral.
-Cándido. Olivier Douzou. Buenos Aires, Ediciones El Hacedor / Ediciones del Cronopio Azul.
-Como si el ruido pudiera molestar. Gustavo Roldán. Bogotá, Grupo Editorial Norma, Colección Torre de Papel.
-La nena de las estampitas. Iris Rivera. Buenos Aires, Ediciones Colihue, Colección El Pajarito Remendado.
-El sol es un techo altísimo. Liliana Santirso. Buenos Aires, Ediciones Colihue, Colección El Pajarito Remendado.
-Del topito Birolo y de todo lo que pudo haberle caído en la cabeza. Werner Holzwarth y Wolf Erlbruch. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.
Ponencia presentada en las Primeras Jornadas de Mediadores entre Libros y Lectores, organizadas por grupo La Ronda y Feria del Libro (Córdoba, Argentina, 9 de septiembre de 2000)


Bichos de Luz - Por Araceli y Kevin




El bicho de luz
engaña
se convierte en ascua
camina en las sombras
como si fumara.
Nunca soples
un bicho de luz.
Puede convertirse
en un incendio.

                                        Laura Devetach

            La fantasía siempre ha sido peligrosa. La fantasía asusta, hace temer a lo establecido y nos da esa libertad jamás pensada. Porque cada vez estamos más convencidos de que tenemos que ser libres en este mundo y en todos los mundos posibles.
            Hacer un Taller Literario infantil durante un año nos hizo enfrentarnos a esto. Nos hizo tomar posiciones, actuar e intervenir. Y nos hizo preguntarnos por qué la fantasía en el mundo infantil siempre ha tratado de ser domesticada, clausurada, vedada. Con esa pregunta llegamos a este fin de año. El poema de Laura Devetach que encabeza este intento de prologo es lo que ofrecemos en respuesta. Los niños son bichos de luz que nadie quiere soplar. Y algo nos dice, desde lo establecido, que nunca soplemos un bicho de luz. Pero nosotros que somos traviesos, que somos militantes, que somos algo molestos quisimos soplar nuestros bichos de luz y ver el incendio que fuéramos capaces de provocar.
            Un libro, una antología como esta, no alcanza para mostrar el camino que hicimos. Pero sí es un asomo al mundo construido en este Taller. ¿Mundo? Sí, mundo. Un Taller literario debe ser el espacio de la creación de mundos. Ya que crear mundos es una necesidad tan humana como el amor.
            Solo nos resta decir que hacer este taller fue un desafío, para con nosotros mismos la más de las veces. Planificar los encuentros y que no siempre resulte como uno lo espera, exponerse a los niños que nos ponían a prueba continuamente y nos obligaban a hacer nacer nuevas propuestas, otras alternativas desde una hoja en blanco, las palabras, la música, la naturaleza, el arte plástico, poesía, historieta, ilustraciones.
            Como docentes y estudiantes que somos, hemos militado este Taller con la convicción de que la creación y defensa de espacios poéticos es un derecho humano y es hora de que hagamos participes a los niños de la construcción de su propio espacio, de su propio mundo, para no darles recetas e historias repetidas.

Araceli Franco y Kevin Jones
‘Los Talleristas’




lunes, 24 de diciembre de 2012

Presentación ¿Quién dijo que los chicos no saben de cuentos? - 20 de diciembre/2012


El jueves 20 de diciembre se presento la antología ¿Quién dijo que los chicos no saben de cuentos? del Taller Literario infantil "Pájaros en la cabeza". El evento se realizo en la Casa de la Cultura de Seguí, cuando el sol se dejó ver luego de días de lluvia.
Esta antología representa el cierre de un año de trabajo de Taller que se vino realizando desde marzo a diciembre de este año en las instalaciones del Centro de Jubilados y Pensionados provinciales de la localidad. El libro, editado por La Gota Ediciones, cuenta con producciones colectivas de los chicos, relatos personales y textos elaborados en el marco de actividades más especificas.
Más adelante, realizaremos una valoración política y en términos de mediación de lectura de lo realizado en este Taller, pero por lo pronto queremos compartir la alegría de haber culminado felizmente este proyecto que continuará en Abril del año que viene.



En otras entradas, tendremos más novedades sobre el libro.









Durante la presentación, los niños tuvieron su lugar protagonico para jugar. Que los chicos pudieran sentirse cómodos, y vivir con alegría este evento fue la premisa que lo guío. 













Hubo un espacio para la lectura de las producciones de parte de los propios niños.












En la foto, Mirta Ponce de nuestra Filial Crespo-Seguí quien nos acompañó pese a estar en uso de licencia. 







En la foto, Daniel Ruhl (Secretario Gremial de Agmer Paraná)


Araceli entregando un presente en agradecimiento al apoyo brindado por el Centro de Jubilados y Pensionados provinciales.



viernes, 7 de diciembre de 2012

El día que las abuelas perdieron la memoria - Oscar Salas


      Hace mucho, mucho tiempo, el duende Brincatablón, que era tan pícaro y ladrón, les robó la memoria a todas las abuelas y corrió a esconderse en la cueva del bosque donde vivía.
     Una vez allí, tomó la almohada de su cama y le sacó el relleno de lana. Volvió a llenarla con su precioso botín y la cosió.
     Desde entonces, cuando se iba a dormir, escuchaba una historia diferente cada noche, proveniente de las memorias de las miles de abuelas.
      Así, el pícaro duende pensaba tener cuentos para oír durante toda su vida.
       ¡Qué sorpresa se llevaron los chicos al día siguiente, cuando les pidieron a sus abuelas que les contaran un cuento!
        - ¡Qué raro…no me acuerdo de ninguno!_ decían las viejitas.
        -¡Vamos, “abue”, aunque sea el mismo de anoche!
        -¡Tampoco lo recuerdo!- respondían ellas, sin comprender cómo, de un día para el otro, habían olvidado todos sus relatos.
         De nada sirvieron los jarabes que les recetaron los doctores ni los yuyos mágicos de las curanderas.             Las abuelas no lograban recordar ni un solo cuento. Se acordaban de alguna que otra receta de cocina, de algún remedio casero para curar o de cómo bordar un mantel.
         Pero ninguna de estas cosas les interesaba a los chicos.
         Mientras tanto, el duende Brincatablón se la pasaba en el fondo de su cueva oyendo cuentos.
         Había descubierto que, según en que parte de la almohada pegaba la oreja, escuchaba un relato distinto.
         En el centro estaban las historias de piratas, que hablaban de tesoros escondidos, playas lejanas y rudos marineros.
         Un poquito más arriba sonaban cuentos de hadas, con bosques encantados, dragones que echaban fuego y princesas prisioneras.
          En la punta, donde se le formaba una orejita a la almohada, al duende se le hacía agua la boca oyendo fábulas de ciudades de caramelo, con torres de chocolate, lagos de almíbar y árboles de turrón.
          Pero sobre la costura, el duende Brincatablón se cuidaba muy bien de no volver a poner la cabeza.  Ahí, entre las puntas del hilván, había quedado cosida la memoria de una abuela que coleccionaba cuentos de terror.
           Terribles fantasmas arrastraban cadenas por castillos embrujados en las noches de tormenta y… ¡Brrr! ¡Cosas que daban mucho miedo y provocaban pesadillas!
           Desde que tenía su “almohada de cuentos”, como él decía, no hacía otra cosa que estar el día entero en la cama, empachándose con cuentos, caramelos y durmiendo.


           Había engordado tanto, que casi no podía pararse para pasar el plumero o barrer.
           En poco tiempo, la cueva se le llenó de polvo y telarañas. Y, lo que es peor, de polillas. Las polillas le comieron la ropa, el mantel, el colchón…Y una noche, mientras dormía, el forro de la almohada.
           Fue entonces…
          …cuando las memorias escaparon y volaron a reunirse con sus respectivas abuelas.
Cuando el duende despertó, y vio lo ocurrido, se enojó tanto con las polillas que estuvo toda la mañana  persiguiéndolas y amenazándolas con ponerlas a contar cuentos por el resto de sus vidas.


             Las abuelas recuperaron su memoria. Pero como se enteraron de que había sido el duende Brincatablón quien se las había robado, decidieron escribir sus historias en papel, por si alguna vez el pícaro ladrón volvía a hacer de las suyas.
              Y así fue como nacieron los libros de cuentos.